O Instituto Internacional de Estudos de Direito do Estado (IIEDE) manifesta nosso pesar pelo falecimento, ocorrido em Madri em 27/3 e divulgado na imprensa espanhola ontem do catedrático Ramon Parada Vázquez. Um dos mais importantes administrativistas da Espanha, Parada Vázquez integrava o Conselho de Catedráticos do IIEDE, e foi catdrático de Direito Administrativo nas universidades de La Laguna, Valencia, Barcelona, na Complutense de Madri e na UNED, onde se aposentou em 2007. Em sua homenagem, a também administrativista Silvia del Saz publicou artigo no diário ABC de domingo (30/3), com o título “Adiós a un maestro: Ramón Parada”. Com o artigo, abaixo disponibilizado, saudamos o legado do grande mestre.
Fábio Medina Osório
Presidente do Instituto Internacional de Estudos de Direito do Estado
Adiós a un maestro: Ramón Parada
SILVIA DEL SAZ (CATEDRÁTICA DE DERECHO ADMINISTRATIVO)
30/03/2024 a las 20:01h.
Ramón Parada no quería que le llamaran Jose Ramón, que era su nombre completo. Tampoco quería que le organizaran un libro homenaje cuando cumplió la edad de jubilación, hace ya más de veinte años. Pero le llegó al alma el número especial que en 2007 le dedicó la revista que sentía en parte suya, la Revista de Administración Pública. En él escribieron su maestro y algunos amigos y discípulos. Desgraciadamente no pudimos hacer entonces la visita al Colegio Mayor de Santa Cruz de Valladolid, donde había iniciado su vida universitaria y donde quería poner el broche a su vida académica activa rodeado por sus discípulos.
Ramón estudió la carrera de derecho con brillantes calificaciones en Valladolid, en solo tres cursos. Con veinte años sacó la oposición de jurídico militar que le llevó finalmente a Santa Isabel, en Guinea Ecuatorial. Todavía le veo sonreír contando que no lo había hecho por aventura, sino por ayudar a su madre, María Vázquez, de quien hablaba con absoluta admiración y respeto. A ella le dedicó uno de los tomos de su tratado. Pero de la misma forma reconocía que lo había agradecido siempre porque allí descubrió no solo la administración militar y la colonial, sino también el derecho administrativo por el que se apasionó.
Muchos años después, cuando finalmente se atrevió a viajar allí de nuevo, volvió entristecido y descorazonado por la paradoja que había encontrado: alumnos estudiando sus libros bajo la luz de las farolas.
Y es que, estando en Guinea, habían caído en sus manos dos libros de Eduardo García de Enterría que le impresionaron. Se los hizo leer a Ramón Martín Mateo, a quien conoció allí. Y cuando volvió destinado a Valladolid, en 1959, fue directamente a buscar a su autor, un joven catedrático de Valladolid, porque había despertado en él su vocación universitaria.
Cuando yo conocí a Ramón, ya en 1985, los libros ‘Revolución francesa y administración contemporánea’ y ‘Principios de la nueva ley de expropiación forzosa’ son los dos primeros que me recomendó leer. Sospecho que lo mismo debía haber hecho algunos años antes con su querido Manuel Ballbé y lo que debió seguir haciendo con todos los discípulos que siguieron.
Hablaba de estos trabajos y, en general del Derecho Administrativo, de forma tan entusiasta e ilusionante que era fácil saber por qué, como escribió García de Enterría, supo atraer hacia aquel primer grupo del seminario de Valladolid a Ramón Martín Mateo, a José Antonio Manzanedo y a Tomás Ramón Fernández. Y por qué, después, seguía ilusionando a todos los que de su mano, nos fuimos incorporando a su familia académica.
En 1985, tras haber pasado por las Universidades de La Laguna, donde sacó su primera cátedra, de Valencia y Barcelona, había llegado a la Universidad Nacional de Educación a Distancia. Y estaba absolutamente entregado a escribir aquellos tres tomos del que denominó Manual de Derecho Administrativo, que no era tal, sino un verdadero tratado, una reflexión original, irrepetible, madura y crítica sobre los temas nucleares de la disciplina con el que han aprendido miles de estudiantes de Derecho. Había abandonado, casi por completo, el ejercicio de la abogacía en el que había comenzado con su maestro y ahora podía dedicarse en cuerpo y alma a su vida universitaria y a seguir formando a quienes quisieran seguir sus pasos.
Guardaba los mejores recuerdos como ayudante del maestro a quien había acompañado a todas sus clases hasta que se fue a La Laguna y no reparaba en tiempo, cariño ni paciencia intentando hacer que sus discípulos sintiéramos esa misma inquietud intelectual. Aprendimos con él a lo que llamaba «pelotear»: lanzaba una idea arriesgada para que regresara transformada, discutida, enriquecida.
Decía haber disfrutado mucho haciendo su tesis y primer libro ‘Los orígenes del contrato administrativo en el Derecho español’, en el que ofrecía una forma absolutamente novedosa de abordar la institución. No más que el libro de ‘Sindicatos y asociaciones de funcionarios públicos’, que, publicado en 1968, en plena dictadura, despertó una cierta polémica y le trajo algún disgustillo menor, como los que le valieron negarse a defender, al principio de su carrera como jurídico militar, una condena a muerte.
Cuando en 1995 fue investido doctor honoris causa por la Universidad Carlos III su lección magistral versó sobre la carrera, neutralidad política y gobierno de los jueces. Era una cuestión que le preocupaba sobremanera y sobre la que publicó no pocos trabajos: «La Ley Orgánica de 1985 -decía- protege la inamovilidad judicial frente al palo, frente a la sanción, pero no la protege de la zanahoria profesional, es decir, del ascenso inmerecido a las presidencias de los tribunales territoriales o al Tribunal Supremo, ni de los mandatos parlamentarios o de los nombramientos gubernativos. Pese a la Constitución, y en razón a esa extraordinaria movilidad que ha introducido la Ley Orgánica del Poder Judicial de 1985, el juez aparece ante el desconcertado pueblo español con una doble faz: unas veces es Mister Hyde y otras el Doctor Jekyll, unas veces se presenta con rostro de severo e impoluto magistrado, incluso progresista, y otras con cara de mitinero en plaza de toros, de diputado o de ministro del Interior».
Era un ferviente admirador de la Revolución francesa, de la administración napoleónica y del Derecho Público francés y creía que muchas de las explicaciones se encontraban en la historia, pero también en el Derecho Comparado del que siempre debíamos aprender. Por ello, no entendía cómo en un Estado del siglo XXI, donde la globalización es tan omnipresente como inevitable, nos deshacemos en conflictos políticos territoriales que al final solo llevan al enfrentamiento y al empobrecimiento común. Siempre defendió el modelo de Estado en el que creía, aunque era completamente respetuoso con quienes no pensaban de la misma forma.
Era un enamorado de la tecnología y la electrónica. Cuando todavía los ordenadores no eran un instrumento común, él ya manejaba uno y con el tiempo nos aconsejaba sobre los mejores aparatos y programas.
Decía de él su maestro que, además de ser una pieza clave de nuestro derecho administrativo moderno, era un hombre vital, agudo, original, y apasionado por la lucha contra la injusticia. Solo puedo añadir que era el mejor maestro que se puede desear por su generosidad y por haber sabido transmitirnos ilusión por lo que hacemos.
La última vez que hablé con él fue con motivo de la pérdida de su entrañable amigo, su hermano, Alejandro Nieto. Ojala, Ramón, que ahora os volváis a encontrar.